Uno de los indicadores más simbólicos en las encuestas de opinión pública es la percepción general sobre el rumbo del país, una pregunta que suele sintetizar la confianza —o la inquietud— de la ciudadanía respecto a su presente y su futuro inmediato.
Según el más reciente estudio de CID Gallup, publicado el 28 de mayo de 2025, el 73% de los salvadoreños cree que el país va en la dirección correcta, mientras que un 23% considera que va por el rumbo equivocado. Aunque la cifra favorable sigue siendo mayoritaria, representa una caída significativa de 14 puntos porcentuales en comparación con el mismo estudio de 2024, cuando el 87% expresaba optimismo sobre la dirección nacional.
Esta disminución marca un cambio relevante en la percepción colectiva, y aunque no representa un quiebre drástico, sí introduce un matiz de alerta sobre el desgaste del entusiasmo social que ha caracterizado los primeros años de gestión de Nayib Bukele.
¿Qué está detrás de este cambio?
Varios factores pueden estar incidiendo en este repliegue del optimismo:
• La desaceleración económica: aunque el país ha experimentado estabilidad macroeconómica y bajos índices de criminalidad, el crecimiento del empleo formal y la mejora en el poder adquisitivo no han avanzado con la misma velocidad.
• El incremento en la percepción de favoritismo económico hacia grupos empresariales o sectores privilegiados, como reflejan otras respuestas de la encuesta.
• El cansancio institucional por las constantes reformas legales, las tensiones con organismos internacionales y la consolidación de poder en el Ejecutivo, que algunos sectores interpretan como una deriva autoritaria.
• El contexto regional e internacional, incluyendo la incertidumbre migratoria en EE. UU., la guerra en Gaza, y la volatilidad financiera global, que afectan indirectamente la sensación de estabilidad.
¿Una señal aislada o tendencia emergente?
El descenso en esta percepción favorable del rumbo nacional no implica necesariamente una pérdida masiva de apoyo al presidente —quien aún conserva una aprobación del 85%—, pero sí revela que el respaldo no es incondicional ni automático. La legitimidad sigue siendo alta, pero ahora convive con exigencias crecientes de resultados concretos, especialmente en empleo, acceso a servicios públicos y oportunidades equitativas de desarrollo.
Esta percepción también puede ser interpretada como un llamado a profundizar la inclusión social y económica, y a abrir canales más democráticos de diálogo y crítica constructiva, ante una ciudadanía que ha demostrado ser sensible a los logros visibles, pero también atenta a las promesas pendientes.
Conclusión del análisis
El Salvador sigue siendo percibido, en gran parte, como un país que ha recuperado control institucional y seguridad ciudadana. Pero al mismo tiempo, la caída en la percepción positiva sobre el rumbo nacional sugiere una nueva fase en la relación entre el gobierno y la población: una etapa donde la gobernabilidad no solo dependerá del orden y la imagen, sino también del cumplimiento real de demandas económicas, sociales y participativas.
La narrativa del “nuevo El Salvador” aún goza de fuerza, pero empieza a estar sujeta a prueba.